AGUA
​
​
Sentí como el viento me erizaba la piel, y un leve temor a que cayera un rayo encima de mi cabeza en cualquier momento, mis manos se desprendían del tubo del carro. Varias gotas de agua caían entre mis pestañas y no me permitían ver con claridad lo que se nos venía. Subirse a un tren que giraba a toda velocidad durante una lluvia es cosa de valientes, adrenalina pura.
Eran las 4:11 de la tarde cuando nuestras cabezas se empezaron a mojar y el cielo se nublaba de un color gris de desesperanza. ¡Que tétrico puede lucir un parque de diversiones sin un rayo de sol!. Sin embargo, me confortaba ver el rostro de Doña Flor y de Cindy, nuestras invitadas estrellas, las protagonistas de la tarde. Estas dos mujeres de apenas 53 años de diferencia, serían quienes debían enfrentar sus miedos y subir a todas las atracciones para ser capturadas por nuestro lente.
Entre tanto, todos oramos, como quien reza para que se le ilumine el cerebro en el parcial final, anhelábamos un esbozo de luz en aquel cielo. Finalmente llegó la hora de la verdad. Estrechos en el asiento, Doña Flor, Nicolás, su nieto que la doblaba en estatura y en amor hacía ella y Cindy, lucían emocionados pero llenos de un toque de angustia, pensando cómo iban a estrecharse uno al otro cuando el tren empezará a girar sin piedad.
Así como suena, el “Musik Express” funciona como una atracción musical, que paradójicamente, no sonaba durante el tiempo que estuvimos en ella, nada más que los gritos de todos los participantes de tan divertido espectáculo. Este tren de asientos empieza a dar vueltas en su mismo carril, aumentado la velocidad cada segundo, provocando que cada cuerpo que se encuentra sentado se mueva hacia un lado descontroladamente, provocando un ligero pero caluroso apretón.
Efectivamente, el movimiento fue el protagonista del momento. Me senté en la parte de adelante de nuestros invitados, y lista con la cámara intenté capturar en primer plano sus gritos y sus rostros nerviosos. Apenas si pude sentir como mi cuerpo se movía de un lado a otro, y en mi intento desesperado solo pensaba en sostener firmemente la otra parte de mi cuerpo la llamo yo, el celular.
La sonrisa de Jhoan y Natalia se podía ver a kilómetros. La diversión los invadió al vernos en nuestro viaje por el famoso tren. Cuando bajamos, las risas no se hicieron esperar, y por supuesto, el apunte de Doña Flor: “Mañana necesito un buen spa”.
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
Creo que no hay mejor spa que un dolor de estómago provocado por la risa. Ahora se venía lo mejor: una montaña rusa, clásica, vieja pero atrevida. Doña Flor, fue la primera en abrocharse el cinturón, y después de tres bendiciones y una mirada al cielo, decidió aventurarse a lo que sería una de las travesuras que la definen: una mujer de 67 años mucho más activa que varios de 20 que conozco por ahí.
Las fotos son la evidencia de una tarde de adrenalina que no se siente todos los días. Mientras el cielo se volvía un torbellino de gris, Jhoan decidió adentrarse al mundo de estas dos mujeres, que en medio de sus diferencias, las unía las ganas de vivir que expresaban cada vez que hablaban del baile y como es parte de su esencia.
Nunca se es tan viejo o tan joven para disfrutar haber nacido, ni nunca se es tan débil o tan fuerte para dejar de luchar. El goce de Doña Flor y Cindy simplemente se podía percibir, Laura, Jhoan, Natalia, Nicolás y yo nos habíamos encargado de aportar algo de fuego a esa llama de vida que tienen, que por cierto, está más que prendida.
Competencia. Esa fue la palabra final de la tarde. El cielo se había despejado, y había un aire matutino de entusiasmo y espera por lo que la noche traía. Empezamos a disparar capturas de fotografía en todas las direcciones, parecía que cada lugar del parque, tuviera cierto misterio, al mejor estilo de “Freak Show”, como Jhoan decidió apodarlo. Cada atracción era un espectáculo de luces, gritos y euforia. Doña Flor y Cindy se encontraban listas, mirando a su objetivo y con el arma en la mano, estaban dispuestas a ganar: un tierno simio debía ser el más rápido de la carrera de agua para llegar a la meta. Creo que no había visto tanta concentración en una tarea en alguien desde hace mucho tiempo, ni siquiera en la biblioteca de la Universidad. Lastimosamente, el peluche de premio se fue a otras manos. Sin embargo, nos llevamos un premio mejor, otro apunte de Doña Flor: “Uy no esto es muy poquito para todo lo que hay pagar”, decía después de disparar sin piedad el chorro de agua en el único turno que se le dio.
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
Todo terminó como empezó. Las multitudes no se hicieron esperar después de que la tercera de las protagonistas decidiera marcharse: la lluvia. El agua solo dejó más ganas de diversión. La noche hizo su presencia mientras la de Doña Flor desaparecía y la de Cindy se preparaba para dar su mejor sonrisa: Se venía una larga pero curiosa sesión de fotos, como ella misma me cuenta: “¡Ay nena, y a usted quién le toma esas fotos tan bacanas? - Mi prima, la comunicadora que se cree fotógrafa, la boba esa tiene talento”-. La boba esa disfruto más que nadie en aquella tarde de agua y risas.
​

